LA SENSACIÓN DE NO SER IGUAL AL RESTO
Siempre me ha gustado esa extraña sensación de no ser igual al resto.
Y no, no es que me sienta especial ni mejor que nadie. Es simplemente ese sutil escalofrío en la nuca que te recuerda que no encajas del todo en los moldes que la vida te ofrece. Esa sensación de estar caminando por un sendero diferente, uno que muchas veces ni siquiera sé hacia dónde me lleva, pero que me gusta recorrerlo igual.
Desde pequeña he sentido esa especie de desajuste con el mundo, como si las cosas que parecían hacer felices a los demás no fueran suficientes para mí. Las conversaciones triviales, las metas preestablecidas, las sonrisas de compromiso...
Siempre he sentido que hay algo más allá de todo eso, algo que solo descubres cuando te atreves a abrazar esa diferencia que te hace sentir rara o fuera de lugar.
Y es curioso, porque durante mucho tiempo intenté ser como el resto, intenté meterme en esas cajas que parecían hechas para todos, menos para mí. Pero cuanto más lo intentaba, más me perdía. Más me daba cuenta de que mi esencia no estaba hecha para seguir el camino marcado, sino para explorar mis propias rutas, con sus curvas y pendientes, con sus momentos de incertidumbre.
Aceptar que no encajo en los moldes convencionales ha sido liberador. Es como si por fin hubiese entendido que no necesito ser igual a los demás para sentirme completa, para ser feliz. Que mi felicidad está en esos detalles que otros podrían considerar extraños, en esas conversaciones profundas que surgen a mitad de la noche, en esos días en los que me pierdo entre libros o palabras y en esos momentos de soledad que me reconcilian conmigo misma.
Sé que muchos pueden sentir lo mismo. Esa sensación de que, por más que lo intentan, no logran encajar en un molde predefinido. Y es que, con sinceridad, ¿Quién dijo que deberíamos encajar?
A veces, la magia está precisamente en eso: en ser diferente, en tener una mirada propia sobre el mundo, en vivir según nuestras propias reglas.
Porque no ser igual al resto no es un defecto, es un regalo. Es una invitación a explorar, a cuestionar, a ser curiosa. Es lo que me ha permitido crear mi propio espacio, mi propio refugio en un mundo que, muchas veces, parece demasiado ruidoso. Es lo que me ha dado la valentía de escribir desde el corazón, sin preocuparme tanto por las expectativas de los demás.
Esa sensación de no ser igual al resto es lo que me ha hecho conectar con personas que, de alguna manera, también sienten que están recorriendo su propio camino, aunque a veces se sientan perdidas en él. Porque, al final, la diferencia nos une. Nos hace vernos en los ojos de otro y decir: «Yo también lo siento, yo también sé lo que es caminar por un sendero que no siempre es claro, pero que es el mío».
Así que si alguna vez te has sentido extrañ@, fuera de lugar, te invito a que lo abraces, a que no lo veas como una carga, sino como una puerta hacia un mundo diferente. Porque ese desajuste que sientes puede ser, en realidad, el camino hacia tu verdadera esencia.
Y en ese camino, créeme, hay mucha belleza por descubrir.

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