LO QUE NO NOS DICEN DEL OFICIO DE ESCRITOR/A



Lo que no nos dicen sobre el oficio de escritor es que, en realidad, hay una batalla constante entre lo que se quiere contar y lo que se siente capaz de contar. Hay días en los que las palabras salen como un río que desborda con fuerza y otros en los que parecen atrapadas en alguna esquina oscura del alma, demasiado tímidas como para asomarse a la página en blanco. Lo que no te dicen es que ser escritor no es solo poner palabras en una hoja; es adentrarse en lo profundo de uno mismo, en ese espacio donde residen las emociones más crudas e incluso las verdades más incómodas.

A veces, el acto de escribir puede parecer un acto de valentía, y otras, de puro masoquismo, te enfrentas a tus propios demonios, una y otra vez y lo haces con la esperanza de que, al sacarlos fuera, al darles una forma tangible, se vuelvan menos poderosos. Sin embargo, lo que no te dicen es que, aunque logres dominarlos en una página, pueden reaparecer en la siguiente, bajo una nueva forma, más astutos, más disfrazados.

Ser escritor también es aceptar la incertidumbre como un acompañante constante. No hay garantía de que lo que escribas resuene en otros y tampoco certeza de que tu trabajo encontrará su lugar en el mundo. Es una especie de salto al vacío y no siempre con la certeza de que habrá un lugar seguro donde aterrizar. Lo que no nos cuentan es que esa incertidumbre se convierte en una especie de motor silencioso que te impulsa a seguir escribiendo, aunque a veces no sepas muy bien hacia dónde te diriges o si alguien estará ahí para leer lo que tienes que decir.

Hay una soledad en el oficio de escribir que tampoco se menciona a menudo y que no siempre es mala, pero que, a veces, pesa demasiado. Aunque estés rodeado de gente, amigos, familia, al final del día eres solo tú y las palabras. Es en ese silencio íntimo donde surge no solo la magia, sino también las constantes dudas. 

¿Es esto lo que quería decir? ¿Tiene sentido? ¿Importa? Y entonces, entre esa marea de preguntas, sigues tecleando y confiando en que las respuestas llegarán de manera eventual.

Lo que tampoco te dicen es que la escritura es un proceso de constante negociación contigo entre lo que quieres expresar y lo que sientes que debes expresar, entre lo que crees que los demás esperan y lo que tú necesitas decir. Es un equilibrio delicado, a menudo frágil, que requiere paciencia y, sobre todo, honestidad contigo mismo. Porque escribir desde la verdad es lo único que en realidad vale la pena, aunque a veces duela y aunque a veces nos cueste enfrentarnos a esa verdad.

Ser escritor también implica aprender a vivir con el rechazo. Con esa sensación de que no siempre serás comprendido, de que no todas las puertas se abrirán. Lo que no nos cuentan es que, con cada «no» que recibes, se te presenta una oportunidad de crecer, de afinar tu voz y de descubrir qué es lo que de verdad importa en tu escritura. Esos momentos de rechazo pueden ser duros, sí, pero también pueden ser los más reveladores, ya que te obligan a cuestionarte, a replantearte lo que estás haciendo y por qué lo estás haciendo.

Y lo que menos nos dicen, tal vez porque es lo más difícil de admitir, es que ser escritor no siempre es una elección consciente. A veces parece más bien una necesidad, casi una compulsión. Como si las palabras tuvieran vida propia y demandaran ser escritas, como si, de alguna manera, el acto de escribir fuera el único medio que tienes para darle sentido al caos que te rodea, para entenderte a ti mismo y al mundo. Y aunque puedes intentar escapar de ello, ignorarlo o posponerlo, al final siempre vuelves, porque escribir, para muchos de nosotros, no es solo una pasión o un oficio, es una manera de existir.

Lo que no nos dicen es que, aunque haya días en los que te preguntas por qué sigues haciéndolo, por qué te sometes a esta montaña rusa de emociones y dudas, hay otros días en los que lo entiendes todo. Días en los que las palabras fluyen de forma tan natural que parece que siempre estuvieron ahí, esperando ser descubiertas. Días en los que sientes que, por un momento fugaz, has logrado capturar algo verdadero, algo que resuena más allá de ti.

Y en esos momentos, todo cobra sentido. Porque escribir es, en última instancia, un acto de fe. Fe en ti mismo, en tu capacidad de comunicar, de conectar y de transformar. 

Es un recordatorio constante de que, aunque el camino sea incierto y a veces solitario, siempre habrá algo valioso al final de la jornada. Y eso, al final del día, es lo que en realidad importa.

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